Palamedes, el héroe negado

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Hace muchos años los Golpes Bajos cantaban eso de “Malos tiempos para la lírica”. Los tiempos actuales, no es que sean mejores. Seamos sinceros, cada vez me acuerdo más de Oscar Wilde (siempre que la cita sea suya de verdad, pues los apócrifos de Wilde abundan más que las faltas de ortografía) y eso de “cuanto más conozco a los hombres, más amo a mi perro”.  Desde la política internacional, a ejemplos más cercanos, últimamente me encuentro, a veces, mirando a mi alrededor con expresión alelada preguntándome por qué la inteligencia y el uso de la razón, en la época en la que nosotros occidentales tenemos mayor acceso a la información y la educación, en lugar de ser lo habitual ha pasado a ser la excepción.

Sin embargo, de vez en cuando, pasan cosas, o asistes a eventos, que te hacen esperar, o por lo menos, no morir de pura desesperación. Compré los billetes para ir a ver el espectáculo Palamede, la storia, presentado en el Roma-Europa Festival, casi exclusivamente por dónde se celebraba: el estadio de Domiciano dentro del complejo arqueológico del Palatino, en Roma. Me dije que, si no me gustaba, por lo menos pasaría unas horas en un lugar maravilloso, donde, con mi imaginación, había ubicado los personajes de una historia. De todas maneras, las premisas eran buenas: he leído varios libros de Alessandro Baricco, y me han gustado todos. Además, el tema, un héroe griego en la guerra de Troya del que nunca había oído hablar, me parecía muy interesante.

Baricco ofreció al público una lección magistral sobre lo que sabíamos, o creíamos saber, sobre la guerra de Troya y la Ilíada, pero sin usar un tono académico, o aburrido, sino como el profesor (o profesora) guay del instituto o la universidad que era capaz de hacerte entretenidas materias que sobre el papel te parecían lo más aburrido del mundo. Ése que rompía platónicamente corazones mientras se ensuciaba la manga de la chaqueta con la tiza de la pizarra (perdón, se me ha colado una anécdota autobiográfica).

Volviendo al tema, Alessandro Baricco,  ha escrito, entre otras cosas, un libro basado en la Ilíada. Cuando se estaba preparando para ese libro, que adaptó también para el teatro, se encontró, hablando con una profesora que es toda una especialista en los textos de la Grecia clásica, con un héroe de los griegos que fue completamente borrado en la versión “oficial” del mito que escribió Homero. Se trata de Palamedes, amigo fiel de Aquiles, el más bello de los griegos, y el más inteligente. El secreto mejor guardado de los clasicistas.

Palamedes era tan inteligente que él fue quien inventó algo tan básico en la vida militar como el santo y seña para ser reconocidos en los campamentos, también se dice que inventó el ajedrez y gracias a su perspicacia, al darse cuenta de que los lobos bajaban de las montañas para devorar a los animales y hombres más débiles, evitó que una plaga de peste que decimó a la población de Troya tocase a los griegos. Fue a raíz de estas cualidades que entró en conflicto con Ulises. Cuando Baricco explica esta parte de la historia lo hace de una manera muy divertida: “lo siento, pero os voy a desmontar un mito. Os dejo un minuto y medio de música y luces para que os despidáis del Ulises oficial, el que conocéis y admiráis” Y luego, cuando acaba la música lo primero que dice “la verdad es que Ulises era una mala persona. Es más, una malísima persona”. Mientras sonaba la música que dejaba al público el minuto de reflexión para “despedirnos de Ulises”, yo recordaba los muchos defectos del héroe, que haberlos teníalos: la cantidad de cuernos que puso a Penélope por todos los rincones del Mediterráneo, la superficialidad con la que condenó a muerte a sus compañeros de viaje, y el último viaje, abandonando de nuevo y definitivamente su tierra, para desvanecerse en un lugar lejano, allá donde no se supiese para que sirve un remo. En fin, yo ya sabía que Ulises no era perfecto, y que era muchísimo más feo que Bekim Fehmiu. Pero el maestro Baricco me iba a describir un lado aún más oscuro del rey de Itaca, además de recordarnos que escuchar la voz de Ulises era algo único, que era melodiosa y suave “como nieve que cae”.

Bekim Fehmiu durante el rodaje de la Odisea (1968)

Mientras Aquiles está lejos del campo de batalla porque va a la isla de Lesbos a por provisiones (o sea, saquearla), Ulises construye un complot para acusar a Palamedes de traición: lo organiza como se debe, escondiendo en la tienda del joven una cantidad de oro que supuestamente le dio Príamo para facilitar la entrada de los troyanos en el campamento griego y aniquilarlos. Palamedes es apresado, juzgado y condenado a morir lapidado. Todo ello antes de que regrese su fiel amigo Aquiles. Éste, y no otro, es el motivo de la “ira funesta” de Aquiles, no una simple cuestión de botín mal repartido, o un quítame aquí una Briseida.

Baricco ha recogido de varios textos apócrifos (la construcción de la Ilíada es muy parecida a la de la Biblia, a un cierto punto, se descartaron y eliminaron algunas versiones y episodios, como el de Palamedes, para producir una “versión oficial” de los hechos de la Guerra de Troya) el discurso de defensa de Palamedes delante del tribunal de los griegos. Le ha dado una forma asimilable a los gustos actuales y tal discurso lo declama una actriz, muy buena, Valeria Solarino. Actriz que, obviamente, no conocía.

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Alessandro Baricco y Valeria Solarino durante los ensayos.

La defensa de Palamedes es un monólogo de unos veinte minutos; con lógica aplastante el acusado desmonta, uno a uno, todos los cargos contra él. Dejando al descubierto la cruda realidad: él es una víctima… “yo no os he hecho nada, para que me tratéis así”.

Al terminar la representación salí muy despacio del lugar, pues tenía que llevar a cabo mi ritual particular, que hago cada vez que visito restos arqueológicos; algo que quisiera poder hacer con las estatuas en los museos, pero no me dejan porque no soy Mary Beard: acaricio las piedras. Toco los ladrillos, la “pozzolana”, el cemento de los romanos. Cargo las pilas, literalmente. Para no desesperar entre tanta desesperación.

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